miércoles, 30 de julio de 2008

El humor en el tango


I. En 1911, Ricardo Güiraldes escribe en París: “Tango severo y triste. Tango de amenaza. […] Tango fatal, soberbio y bruto”. Un poco por sus orígenes, un poco por sorda repetición, nos fuimos haciendo la idea de que el tango es tristeza, melancolía, dolor, frustración. ¿Y la risa? “Estará en la milonga, quizás, o el candombe”, apuntará algún otario. Pero lo cierto es que en ese ámbito sórdido y fulero del tango pretérito, también hubo lugar para notas alegres sobre un fondo constante de tristeza. Los versos a veces son “una alegría que ruge y se dilata en carcajadas que huelen a alcohol”, como afirma Last Reason (seudónimo de Máximo Teodoro Sáenz, periodista uruguayo). Ecos de burla, de “cachada” cruel. Otras veces los poetas del tango usan el lenguaje llevado al límite, en clave de fina ironía o festiva travesura, describiendo mordazmente su realidad. Estamos hablamos, por supuesto, del humor.

Entiendo al humor como el hallazgo de algo diferente en aquello que ya no percibíamos por su cotidianeidad. El otro lado de las cosas. La prehistoria del tango está llena de versos picarescos, muchos de ellos burdos y sin calidad. Pero las letras de humor marrullero florecieron allá por los años 30. Los invito a explorar algunas estrofas notorias, usando el diccionario de lunfardo para aquellos que pierdan el hilo de la argumentación.

II. Para comenzar, tomemos “Haragán” (Tango, 1928), de Enrique Delfino y Manuel Romero. En su letra amalgama sátira y humor, cuando describe a una mujer “tirándole la bronca” a su pareja, que no quiere “laburar”:

¡Salí de tu letargo!
¡Ganate tu pan!
Si no, yo te largo...
¡Sos muy haragán!

Haragán,
si encontrás al inventor
del laburo, lo fajás...

[…]

Si en tren de cara rota
pensás continuar,
"Primero de Mayo"
te van a llamar.

Recordamos al lector extranjero o no avisado, que el 1º de mayo se festeja en Argentina el día del trabajador y es –por supuesto- feriado.

III. Otro ejemplo es “Al mundo le falta un tornillo” (Tango, 1933) de E. Cadícamo y J. M. Aguilar, el guitarrista de Gardel. Aunque la más difundida entre las versiones es la del uruguayo Julio Sosa, fue registrada en el año 33 por Carlos Gardel en una interpretación excepcional. Su letra trasunta los problemas de toda una época, incluyendo el crack de la bolsa norteamericana, el famoso viernes negro de 1929:

Todo el mundo está en la estufa,
Triste, amargao y sin garufa,
neurasténico y cortao...
Se acabaron los robustos,
si hasta yo, que daba gusto,
¡cuatro kilos he bajao!

Hoy no hay guita ni de asalto
y el puchero está tan alto
que hay que usar el trampolín.
Si habrá crisis, bronca y hambre,
que el que compra diez de fiambre
hoy se morfa hasta el piolín.

Y la conclusión del autor lleva también una jocosa recomendación “técnica”:

Al mundo le falta un tornillo,
que venga un mecánico.
pa' ver si lo puede arreglar.

IV. Nuestro tantas veces citado Enrique Santos Discépolo fue un maestro en el uso de la reflexión agresiva y el humor cáustico, como lo expresa en “Qué vachaché”, “Qué sapa señor” y -por supuesto- en su pieza más difundida: “Cambalache”. No le era indiferente tampoco un humor más melancólico y hasta nostálgico como lo demuestra en “Malevaje”, “Victoria!” y “Chorra”. Para no citar en demasía, refiero al lector a los vínculos presentes en el texto, y así podrá recorrer in extenso las canciones aprovechando el vehículo tecnológico de estas palabras.

Laura Ana Merello, más conocida como “Tita” se convirtió con “Se dice de mi”, (Milonga, 1943, Música: Francisco Canaro, Letra: Ivo Pelay), en un ejemplo del mejor humor con tonalidad autocrítica. La “vedette rea”, como fue conocida por mucho tiempo, supo sacar provecho a esta canción escrita originalmente para un cantante masculino, y finalmente coronada por el éxito en el film argentino de 1955 “Mercado de Abasto”.

Si fea soy
-pongámosle-
que de eso
ya yo me enteré,
más la fealdad
que Dios me dio
mucha mujer
me la envidió
y no dirán que me creí
porque modesta siempre fui.
Yo soy así.

Más cercanas en el tiempo, rescato otras dos representaciones: “Magoya”, canción escrita por María Elena Walsh e interpretada por Susana Rinaldi, y una parodia de tango registrada en el segundo disco de ese conjunto humorístico argentino, tan genial como original, llamado Les Luthiers. La primera hace referencia a un personaje imaginario llamado “Magoya”, a quien se suele culpar cuando algo sale mal o se pretende eludir alguna responsabilidad. En la segunda, sus autores toman “en clave de solfa” el vocabulario tanguero y un tema tradicional como es el de “la mina que se va del bulín”, pero con un desenlace totalmente inesperado. Escuchen:

Hay un coso que nunca da la cara,
Dios berreta que está en ninguna parte,
comodín que inventás para quejarte
cada vez que te venden un buzón.

Andá, contásela a Magoya
la de convoys que nadie te creyó,
discurso de milicos
o cheque volador.
Estamos hasta aquí de cuentos chinos.

(Magoya, Tango, 1971, Música: Héctor Stampone, Letra: María Elena Walsh)

Por qué te fuiste mamá
poca ropa me lavabas,
por qué te fuiste mamita
raras veces te pegaba.
Por qué te fuiste viejita
por qué ya no estás mamá.
Como madre hay una sola
amurado me largas.
Si no me pasas más guita
me vua' vivir con papa.

(Pieza en forma de tango, Tango, 1972, Letra y Música: Mario Abraham Kortzclap, [Les Luthiers])

V. Por último quiero dejar constancia de mi agradecimiento al Ing. Raimundo Pedro Buiatti, que en un asado familiar –y entre sendas copas de vino tinto- me arrimó este magistral ejemplo de tango humorístico que se llama “Hipo”, y que les dejo como “frutilla del postre”. La versión de referencia es la de Juan D’Arienzo y su Orquesta Típica, en la voz de Alberto Echagüe.

Esperando haber generado en Uds. otro sabor distinto al del “arrabal amargo”, tan típico del tango, me despido muy atentamente.

Su Seguro Servidor,
D. Solidario Alvo

El hipo
Tango
(1951)
Música: Enrique Alessio
Letra: Reinaldo Yiso

A las nueve menos cuarto fue su última palabra;
se imaginan lo contento -esa noche ni dormí-;
era martes, martes trece, pero eso qué importaba
y a las nueve menos cuarto "como fierro" estaba allí.

Ella dijo: Clavelina... Yo le dije: Pomuceno...
Yo sentía las trompadas que me daba el corazón,
cuando dijo: ¡Caminamos!..., yo le dije, ¡Caminemos!
y justito al declararme este hipo me chapó...

Usted sabe que la quiero, (hip) que la quiero con el alma,
que es muy grande este cariño que me rompe el corazón, (hip)
que mis noches son muy largas, que no tengo ni el consuelo
de mirarme en sus ojazos y contarle mi pasión... (hip)

Yo quisiera ser vereda para sentir sus pasitos,
ser la brisa que acaricia su cuerpito virginal, (hip)
y ella me miró sonriente, con un tono de cachada, (hip)
me largó la carcajada y se fue sin saludar...

Todavía no me explico que pasó aquella noche,
tan seguro que yo iba de ganar su corazón,
por la culpa de este hipo que salió no sé de dónde,
cuando más necesitaba las palabras del amor... (hip)

Unos dicen que éste hipo es herencia de mi abuela,
o de Hipólito, mi tío; yo lo único que sé,
que por el hipo maldito me quedé sin Clavelina, (hip)
y que estoy todo quemado del verano que pasé...

viernes, 18 de julio de 2008

"Cuerda" para rato…

Me toma por sorpresa todo este alboroto generado alrededor de mis escritos, sobre todo porque siempre fui “Cayetano”, es decir callado, de perfil bajo, con respecto a las cosas que hice (o hago). Distinto es cuando se trata de decir lo que pienso, motivo del mayor agrado siempre que sea en un diálogo cara a cara, café mediante. Desde mi punto de vista la presencia física es importante porque la conversación no se “escucha” solo con los oídos, sino también con los ojos, y eso forma parte de la comprensión general de la charla.

Aparecer en un medio de comunicación me dio un poco de “cosquillas”, por la novedad. No me considero alguien fuera de lo común, por lo que debo entender que algo de interés general se asoma en mis palabras. Ver al tango como un fenómeno social y cultural, no como un artículo de colección, es el mensaje llano, sencillo, que trato de transmitir. Sin embargo no logro tomar dimensión de la presencia que tiene -a lo largo y ancho del mapamundi- esta prédica de “a pie” pero “subida al caballo” de Internet. Me confieso desconocedor del manejo de esta tecnología que hoy es soporte de mis palabras (mi única imprenta, como bien señaló el periodista en su nota), pero la juventud que me rodea, mis tres nietos, me brindan su ayuda para darle forma electrónica a mis pensamientos. Agradezco a ellos el impulso y el incentivo desde lo cotidiano. Vaya también mi aprecio a los lectores que dejan sus comentarios, por compartir estas inquietudes aun desde el desacuerdo. Hay quienes están de paso, gracias al artículo del diario La Gaceta y a vínculos desde blogs amigos. Pero hay otros que, aunque no nos hayamos visto nunca, ya reconozco como compañeros de ruta, de distintas procedencias y edades. Ellos forman parte de mi mundo hoy en día, ya que me hicieron “sintonizar el dial” con una visión del tango que no tenía clara hasta ahora, momento en que me puse en la tarea de volcarla por escrito. Es como si siempre hubiera sabido esas cosas, pero nunca las hubiera puesto en palabras por timidez intelectual.

Guardia Vieja se hace al andar, con alegría, en un aprendizaje constante que me toma por sorpresa a una edad en que generalmente ya no se espera nada nuevo. Por todo ello, supongo que hay “cuerda” para rato en el barrilete de este espacio, que ya es una creación colectiva. Como el tango.

Hasta la próxima.

sábado, 5 de julio de 2008

El viejo en el tango



La previa…

Hoy me siento un poco sombrío, así que pido disculpas por el tenor de estas reflexiones. Quizás es una ayuda para mí poder elaborar con ustedes ciertas ideas sobre este tema, bajo la excusa del tango.

¿Por qué es difícil definir la vejez? En principio creo que porque cuando uno es parte de ella no se reconoce en dicha condición. Y si uno es joven menos aún. Mientras uno es pollo la muerte es algo lejano, siempre de otro, nunca una posibilidad propia. Pasando la mitad de la vida nos damos cuenta que ese momento va a llegar, pero no mañana por la mañana. Claro, nadie piensa cada vez que se levanta, que ese día justo le agarra un patatús.

Un amigo del alma, Cacho L., platense él, me dice: “Nene, para mí un año, un mes, una semana, un día, una hora, un minuto, un segundo…” continúa Cacho “…es importante, porque estoy vivo”. Es que él vive preocupado por la muerte que siente acechándolo en cada esquina. No sé si es una verdad universal, pero creo le preocupa el aprecio por el valor de la vida. Mi nieto dice que leyó en un filósofo alemán que “…no hay experiencia posible de la muerte, la muerte se anuncia como el límite de toda experiencia.”. Sin entrar en trascendencias filosóficas que no manejo, estimo que lo importante ahora no será la muerte, sino cómo vivir una vejentud dichosa o insenescencia como supo llamarla el escritor argentino Juan Filloy (para los que no lo conocen: vivió 106 años).

Sobre la vejez

A lo largo de la humanidad, los ancianos tuvieron un importante papel en la transmisión de valores y tradiciones. Así también encarnaban la figura de la experiencia y la prudencia. La vejez como última etapa de la vida y a la vez de realización suprema, remite a miedos y fantasmas temibles: la pérdida de la autonomía, la fragilidad de la salud. Y el mayor de todos ellos: la soledad.

Pero no confundamos vejez con decrepitud o decadencia. Asumiendo esta diferencia, encontramos otras particularidades. En la vejez, la gente no está apurada, porque eso es propio de la vida laboral, el vértigo, la locura cotidiana. Tampoco enfrenta mayores problemas, siempre y cuando pueda contar con los aportes previsionales de toda una vida de trabajo (para no entrar a hablar de la funesta relación entre vejez y pobreza…). Tiene acumulado conocimiento, como expresa el dicho popular “El diablo sabe por diablo, pero más sabe por viejo”. Por ello es hábil para proponer soluciones a muchos problemas, así, dicho en general, aunque no suele ser escuchado –ni reconocido- en la misma medida.

En la Argentina de comienzos de siglo pasado el niño era niño y llevaba pantalones cortos; el joven era joven cuando ritualmente era investido con pantalones largos; y el adulto… era adulto a los 20 años. No olvidemos tampoco el aumento de las expectativas de vida del hombre actual, que modifica la constitución de la población.

Cuando yo tenía cinco años, mi familia se mudó a Verónica, Provincia de Buenos Aires. A unos cuantos kilómetros había una base aeronaval, con aviones descangayados que entraban y salían ruidosamente, y a los pibes nos gustaba verlos dejar marcas en el cielo. Años después estos serían reemplazados por modernos aviones a chorro. Y ahora, para qué referir al lector las nuevas tecnologías de navegación aero-espacial. Valgan estos recuerdos cachuzos para sugerir la rapidez de ciertos cambios acaecidos en las últimas ocho décadas.

Ahora todo transcurre tan ligero, y el mundo nos carga con tanta información, datos, números, que perdemos de vista lo fundamental, el sentido de las cosas, el disfrute de lo sencillo. Lo pequeño es bello, dijo alguien, refiriéndose a las cosas simples. Pero el viejo suele ser lento, y queda al margen de las cosas. No lo apabulla tanto lo nuevo, sino la velocidad.

El viejo en el tango

Para observar la fotografía que el tango hace de la vejez, examinemos un par de letras. Tomemos por caso a Giuseppe el zapatero, inmigrante con oficio que decide empeñar sus esfuerzos para hacer que el hijo estudie. Y cuando el pibe se recibe, de manera ingrata corta el lazo familiar por vergüenza del padre. Para quienes quieran apreciarlo musicalmente, los remito a la versión de Carlos Gardel (1930) o a la de posterior de Enrique Campos y Ricardo Tanturi (1945).

Hay ciertos tangos que tematizan la vejez prematura del hombre (o la mujer) entre los 30 y 40 años, como lo revelan “Sonaste viejo” o “El ciruja”. La amarga poesía de “Esta noche me emborracho”, refiere la decadencia física de una mujer con una vida de estragos. Varios de los tangos referidos supo cantarlos Gardel.

En “Caminito”, “Vieja Recova” o en el rotundo título “Quién tuviera 18 años” escuchamos hablar de los tiempos pasados que al parecer, como diría Manrique, fueron mejores. En otras letras no se habla de un viejo, pero es uno quien la enuncia, con nostalgia hacia lo perdido, como en Cuesta abajo”. Mencionemos también al pasar “Cuando un viejo se enamora”, “Gallo viejo” y “Acquaforte”, remitiendo al lector a las letras, para elaborar sus propias conjeturas.

Dichosa senectud

Nadie se pregunta cómo disfrutar de la vejez, ese momento de la vida donde las pasiones se aquietan y la madurez de la reflexión llega a su plenitud. Hay más tiempo, siempre y cuando, como dijimos, tengamos la subsistencia, el “cacho de pan” asegurado. Nuestros gobiernos latinoamericanos no suelen acompañar los deseos que expresan estas líneas. Sin ir más lejos, un par de años atrás decidí escribir una carta al Presidente de la Nación, destacando su papel potencial en la solución de la situación de los jubilados hoy en día, en una economía con perfil inflacionario, y la miseria a la que los arrastra los magros ingresos que cobran. Recibí por toda respuesta una “atenta nota” de un funcionario de segunda línea, informando que “cualquier trámite y/o reclamo por pensiones o jubilaciones debe ser ingresado en forma personal, por mesa de entradas en la sucursal de la Administración Nacional de Seguridad Social más cercana a su domicilio”. Por lo visto, no entendieron nada de nada. Ustedes dirán...

Buenas noches a todos y todas.